viernes, 5 de abril de 2013

Zurich

No sabía que eras tú. Lo supe cuando dijiste que te ibas.
Las vueltas que da la vida. Yo que siempre me quejé de eso. De los que me buscaban cuando me había ido. De los que no sabían cuánto me querían hasta que me perdían. Yo que tanto me quejaba, te reconocí cuando era demasiado tarde.
Me hubiera gustado que el motivo de tu marcha hubiera sido otro. Hubiera preferido que te fueras por mi error, mi tardanza o mi orgullo. Me hubiera dolido menos que saber que hubieras perdonado mi ceguera, que tú no me tenías miedo, que tú no te irías.
Que no te irías, que no me dejarías, que serías tú. Que serías tú si la vida te dejara quedarte. Pero no te deja, así que te vas. Te vas y me dejas. Me dejas dándome cuenta de que me importabas mucho más de lo que estaba dispuesta a reconocer.
Me dejas rozando aquello que me prometieron tus labios. Porque al final hubo beso, tarde e inservible, pero lo hubo.
Te hubiera pedido que te quedaras si hubiera creído que tenía derecho a hacerlo. Pero no lo tenía. Después de todo no tenía ningún derecho a pedírtelo aunque tú hubieras pasado por alto ese detalle con tal de escucharme pedírtelo. No te lo pedí porque sabía que esta vez yo merecía perder, merecía perderte aunque me matara.

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