Las
desgracias no se celebran ni se conmemoran. Cuando vi que se acercaba la fecha
no quise dejar que se cumpliera otro año. Llegó mayo y con él mi deseo de acabar
nuestra historia y comenzar una nueva. Así que empezaré con la primera parte de
mi propósito.
No sabía cuánto tiempo estuvo
allí. Vacilando entre el vacío que se dibujaba a sus pies y la tormenta que caería
sobre él si no resbalaba por el precipicio. Sus dedos, agarrados a aquellas
rocas puntiagudas, estaban empezando a sangrar. Podía escuchar el miedo en su
aliento y la ansiedad en los latidos de su corazón.
Ya no tenía fuerzas para seguir
intentando subir de nuevo, para no caer por el acantilado, para salvarse.
Empezó a pensar que dejar de luchar era lo más fácil, lo mejor, lo seguro. Si no lo intentas no
puedes perder.
Estaba a punto de rendirse cuando
oyó su voz. Sin poder evitarlo sonrió, sus ojos se llenaron de lágrimas, y su
garganta se secó.
La vio tender su mano, una vez
más.
Nunca nadie creyó tanto en él.
Nunca nadie quiso salvarlo tanto como ella. Pero, una vez más, tuvo miedo. Sintió
de nuevo ese terror irracional que sentía cuando la tenía cerca. Ese pánico que
le hizo creer que si le daba la mano algo malo le ocurría, que su piel se
abrasaría y él se quemaría por dentro. Ese pavor que lo convenció de que era
mejor el frío de la nada y el silencio del invierno. No quiso salvarse, se dejó
llevar por el miedo y se precipitó al vacío.
Se precipitó al vacío con los
ojos cerrados. Con los ojos cerrados por no ver en los de ella cómo le rompía otra vez el corazón. Con los ojos cerrados para no pensar en todo lo que dejaba
allá arriba. Para no pensar en su delicada cintura, sus ojos tristes, sus
vestidos de flores, el portal de su casa, los viajes que siempre le prometió,
los besos que tenía guardados. Se negó a pensar en todo lo que la quería, en
todo lo que la había esperado.
Se negó a pensarlo porque se
moría de miedo. Igual que aquel día que ni siquiera pudo llamarla para ponerle
una excusa. Igual que aquel día, su miedo no lo dejó coger su mano. Sabía que
entonces no sería capaz de dejarla ir. Y no dejarla ir suponía una valentía y
una madurez de la que él siempre había carecido.
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