Yo te vi. Todos lo vieron. Incluso tú, a veces, lo veías.
Te vi llorar cada noche. Te vi aferrada a esos recuerdos con
todas las fuerzas que te quedaban. Una y otra vez. Volvías a aquel verano,
volvías a no entenderlo.
Te vi aquella Nochevieja, llorando sin parar una vez más. Te
vi pactar con tu orgullo que sería la última vez que lo harías.
No lo cumpliste, pero cambiaste.
Te embarcaste en todos los barcos que llevaban a ninguna
parte, pero que te mantenían lejos durante un tiempo. Conociste los vicios, el
fondo de los vasos y los amaneceres.
Yo te vi. Todos lo vieron. Incluso tú, a veces, lo veías.
Con todas tus locuras desafiabas a lo que un día fuiste. No
podías perdonarte. Aquella chica que no se
merecía lo que le pasó. Alejarte de ella era tu objetivo.
Yo te vi. Todos lo vieron. Incluso tú, a veces, lo veías.
Y así con cada estupidez, con cada paso que te alejaba
de aquella chica, gritabas en silencio que necesitabas parar, que necesitabas
que algo te parara.
Porque lo necesitabas. Así que chocaste con la pared una y
mil veces, provocaste a la vida, lo buscabas. Buscabas un golpe que te dejara
sin sentido.
Y aquella noche, en aquel coche, por fin lo tuviste. Alguien
te paró, y fuiste tú misma.
Nadie puede hacernos tanto daño como nosotros mismos. Quizá
era eso lo que necesitabas aprender, quizá era eso lo que necesitabas recordar.
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