Que me voy. Como tú. Pero más lejos. Mucho más lejos. Por
fastidiar. Me voy y no vuelvo.
No como tú. Que ni te vas para siempre ni vuelves para
quedarte. Que estás más perdido que un girasol en un eclipse.
Y no me pidas que vaya a buscarte si no te encuentras ni tú. Que sabes que si me buscas te encuentro, y si no me encuentras me pierdo. Que conozco tus puntos débiles. Y que has parado la partida porque tienes miedo a perder. Y lo sabes. Tienes
miedo. ¿Y quién diablos no tiene miedo?
¿Cómo te atreves a jugar mi carta recurrida de echar por
patas? ¿Cómo te atreves a irte cuando yo estaba llegando? ¿Quién eres tú para
contraatacar con miedo a la reina del miedo, cuando estaba a punto de abdicar
por ti?
Y ahora este silencio es más aburrido que jugar al GTA
sin armas. Aburrido, como esperar que vuelvas.
Al menos apaga la luz, pero bien apagada. Que sabes que detesto
la oscuridad, pero más aún esperar. Aunque entiendo que no lo parezca. Porque
para no gustarme me paso la vida esperando.
Y no quiero tus excusas confusas, prefiero las verdades como
puños. Es mejor ese dolor que la agonía de la incertidumbre. Y si quieres que me pierda deja que lo haga buscándote.
Que ya lo sé, que ahora los billetes están muy caros, ¡qué me vas a contar! Y aún así tú y yo venderíamos nuestra alma por un billete de vuelta, y aunque no nos guste esperar, esperamos. Esperamos que la vida nos de permiso para volver. Y mientras tanto vamos dando vueltas y vueltas, como una maldita peonza. O no, quizá es que la vida ha dado tantas vueltas en los últimos meses que ahora que ha parado soy yo la que está mareada y, en realidad, todo está aburridamente quieto, patas arriba pero quieto.
Porque somos así. Soñamos con volver pero nuestra frase
favorita es “no quiero volver a verte”.
Y lo sé. Si no te llegas a ir tú lo hubiera hecho yo. Porque
somos así. O no, quizá esta vez no. Quizá me hubiera quedado. Precisamente
porque somos así. Porque contigo podía irme y volver cada vez que se me fuera
la pinza. Porque aunque nuestra frase estrella sea “no quiero volver a verte”,
siempre volvemos.
Así que vuelve y nos volvemos a ir, pero juntos. Nos la
jugamos a un todo o nada.
Así que vuelve. Pero no tardes, porque sabes que yo no
tardaré en volverme a ir.
Que si tú le echas un par de
narices yo le echo un par de cojones a tu par de narices.
Que si me tocas las narices me voy, ¡con un par!, y no
vuelvo para atrás ni para coger impulso.
Vuelve, aunque no quiera volver a verte. Que lo malo está en
el aire y tu recuerdo se cuela por las rendijas del cajón donde escondí mi
remordimiento.
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