Por más que miraba una y otra vez por la ventana, más allá de la urbanización solo se veían las nubes negras de aquel día lluvioso. Nada más. No había indicios de que fuera a cambiar, y ella ya estaba harta de rogar que acabara el mal tiempo antes que sus vacaciones, así que buscó su viejo paraguas y le obligó a salir con ella.
Dejó atrás la vieja urbanización y se dirigió a la humedad que se respiraba en la Calle Mayor de su pueblo. Se entretuvo en los escaparates del centro, saltó algunos charcos y se encontró con recuerdos olvidados hasta que, como si de una casualidad se tratara, llegó por fin a la cita que sin saber tenía con la vida.
Dejó de llover, y cuando bajó el paraguas y levantó la cabeza se dio cuenta de que estaba de nuevo en aquel lugar. Aquel lugar que no parecía el mismo, que veía diferente. Era algo que quizá nadie hubiera podido percibir, pero ella, que se había sentido tan querida allí, no hubiera podido pasar por alto. Era el tiempo. Eso es lo que había cambiado. El tiempo, y ella con él. Aquel lugar ya no era tan suyo, y ella ya no era tan suya. Ahora se juntaba más con la realidad, los atascos de Madrid, el café por las mañanas, las duchas rápidas, el murmullo de la gente y los jueves en el parque de las tres fuentes.
Sonrió. Ya había encontrado su lugar y sin embargo se sentía como si volviera a casa. Como si algo que nunca terminó volviera a empezar.
Y así fue. Lo que se había atrasado durante tanto tiempo les hizo una encerrona. Antes de que pudiera reaccionar allí estaba él, sentado en la barra, tomando una cerveza con un amigo, o a punto de escupirla.
A la muchacha no se lo ocurrió nada mejor que decir, así que empezó con un “hola”. Él se levantó de un respingo y fue hacia ella, dejando a su amigo con más sorpresa que alcohol en el cuerpo. Le plantó dos besos e improvisó una conversación informal hasta que farfulló algo sobre salir a la calle para hablar mejor.
Pero para ella ya no tenía sentido. Le tomó las manos, y él se quedó helado.
- Da igual. En su momento me dolió mucho, no podía entenderlo. Me torturé al extremo. Pero ya ha pasado el tiempo. No te guardo rencor. Espero que todo te vaya muy bien, y que encuentres a alguien que te haga querer estar siempre... Alguien que te haga jugártelo todo, y que te salga bien, y sino, que estés orgulloso de ello. Que reunas fuerzas pronto para volver a intentarlo cuando creas que merece la pena.
Él se quedó tan desconcertado como dolido. Fue un golpe bajo, pero ya había sufrido suficiente en aquellos meses, ya había entendido lo que no sabía antes. Había llegado el momento en el que el miedo a perderla para siempre era tan inminente que superó el miedo a sufrir. Así que contraatacó con un beso, uno que llegaba más tarde aun que sus disculpas.
La besó como la primera vez, sin que ella se lo esperara, sin que pudiera hacer nada. Sin que el miedo o el mañana pudieran impedirlo.
Así fue, antes de que los malos entendidos y el miedo pudieran seguir despellejándolos de dolor y alejarlos del todo, los dos jóvenes estaban comiéndose a besos, diciéndose lo mucho que se habían echado de menos, repitiendo lo tontos que habían sido, reprochándose lo mucho que le habían dejado pasar al orgullo y lo poco que habían permitido al valor.