Solemos resistirnos a la verdad. Miramos hacia otro lado, como si no nos hubiésemos dado cuenta de que está ahí, dejándose la voz gritando nuestro nombre. Y en verdad es cierto aquello de que “la verdad nos hará libres”.
Qué curioso. Nos empeñamos en hacer las cosas difíciles, siempre.
No tengo nada que perder. Nunca lo tuve. Y aunque me daba miedo aceptarlo ahora soy libre. Libre para correr. Para pararme. Para reír. Libre para no sentirme lejos, para no sentirme culpable. Libre de olvidarte. Libre para seguir, para saltar el muro y escapar.
Libre para creer que hay historias mejor que la nuestra, con finales que merecen la pena y amores que no se rinden antes de haberlo intenado.
Libre para ser más fuerte que mis miedos. Y volver, volver a por ti. Confesarte todo lo que me está matando. Libre para volverme a ir. Libre para dejarte atrás.
Después de tanto tiempo acabo de encontrar la puerta, pero tengo la cabeza apoyada en ella y estoy apunto de cerrarla. Después de tanto tiempo pienso que quizá todos tenían razón, quizá no merezca la pena.
No tengo nada que perder, ya lo perdí cuando estaba apunto de tenerlo.
Y si me sigo empeñando en pensar que aún lo tengo, o lo que es peor aún, que algún día lo tuve, me estoy engañando. Y si me sigo engañando sigo anclada en el mismo punto. Y si sigo en el mismo punto estoy retrasando la cita que sin saber tengo con lo que me está esperando.
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