Tengo la mala
costumbre de tomármelo todo como un juego. Me encantan los retos, y no entiendo
la vida sin la emoción de la batalla. Pero lo negaré todo si lo afirmas tú.
Tú llegaste
tarde pero pisando fuerte, y mi inseguridad y tu seguridad me convencieron para
que te subestimara. ¿Qué esperabas? Yo ya había cerrado la
puerta a cal y canto. Incluso había puesto sicarios con metralletas y bazocas
defendiéndola, por si las moscas. Pero a ti eso no te echó para atrás. A ti también te van los
desafíos. Así que te plantaste allí, tocaste la puerta sin dejarte intimidar y
me retaste. Anda, ¡qué listo el niño!
Mi curiosidad
me empujó a abrirte, y me soltaste con tu porte odiosamente desafiante: ¿A que
no te atreves a quedar conmigo? ¿A que si te hablo mañana por whatssapp no me
contestas? ¿A que si voy en serio contigo eres tú la que te rajas y echas por
patas? Maldita sea. ¡Pues
claro! Pues claro que no pensaba quedar contigo: ¡ni aunque me pagaran! Por
supuesto que no te hubiera contestado al día siguiente. Y, sobre todo: ¿cómo
pusiste en duda que me daría un ataque de pánico, y correría como si no hubiese
mañana si empezabas a gustarme de verdad?
Obviamente me lancé a la batalla de llevarte la contra y empezaron los whatssapp, las quedadas y
las idas y venidas.
Si no me
hubieras retado no te hubiera dado la oportunidad. No hubiera batido récord en marcharme y en volver ofendida si hacías como que te daba igual mi huida. No
sabría lo difícil que es dejarse querer. No sabría lo que es que alguien tenga
tanta paciencia conmigo. Tampoco sabría que mis ataques de histeria en los
momentos importantes pueden provocar risas y no instintos asesinos. Ni que existe alguien capaz de traspasar mis muros y saber lo que realmente hay
detrás. Y sobre todo tampoco hubiera sentido la tranquilidad que da saber
que hay alguien que siempre está seguro de que volverás.
Y aún así
nunca me retaste a quererte. No te puedo echar en cara eso. Fue culpa mía,
aunque por tu culpa. Pero a fin de cuentas, ¿qué más da quién la tenga? Aún tengo que
darte las gracias. Porque aunque me guste tanto quejarme ha merecido la pena esperarte. Y ya no me pienso ir a ningún sitio a menos que te despistes y tenga
que ir a buscarte. Con todo esto he aprendido que el miedo no es un buen compañero de viaje, que incluso de los caminos que no elegimos aprendemos y que merece la pena creer en
las cosas que todos llevamos dentro del corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario