jueves, 5 de diciembre de 2013

Te reto


Tengo la mala costumbre de tomármelo todo como un juego. Me encantan los retos, y no entiendo la vida sin la emoción de la batalla. Pero lo negaré todo si lo afirmas tú.

Tú llegaste tarde pero pisando fuerte, y mi inseguridad y tu seguridad me convencieron para que te subestimara. ¿Qué esperabas? Yo ya había cerrado la puerta a cal y canto. Incluso había puesto sicarios con metralletas y bazocas defendiéndola, por si las moscas. Pero a ti eso no te echó para atrás. A ti también te van los desafíos. Así que te plantaste allí, tocaste la puerta sin dejarte intimidar y me retaste. Anda, ¡qué listo el niño!



Mi curiosidad me empujó a abrirte, y me soltaste con tu porte odiosamente desafiante: ¿A que no te atreves a quedar conmigo? ¿A que si te hablo mañana por whatssapp no me contestas? ¿A que si voy en serio contigo eres tú la que te rajas y echas por patas? Maldita sea. ¡Pues claro! Pues claro que no pensaba quedar contigo: ¡ni aunque me pagaran! Por supuesto que no te hubiera contestado al día siguiente. Y, sobre todo: ¿cómo pusiste en duda que me daría un ataque de pánico, y correría como si no hubiese mañana si empezabas a gustarme de verdad?



Obviamente me lancé a la batalla de llevarte la contra y empezaron los whatssapp, las quedadas y las idas y venidas.

Si no me hubieras retado no te hubiera dado la oportunidad. No hubiera batido récord  en marcharme y en volver ofendida si hacías como que te daba igual mi huida. No sabría lo difícil que es dejarse querer. No sabría lo que es que alguien tenga tanta paciencia conmigo. Tampoco sabría que mis ataques de histeria en los momentos importantes pueden provocar risas y no instintos asesinos. Ni que existe alguien capaz de traspasar mis muros y saber lo que realmente hay detrás. Y sobre todo tampoco hubiera sentido la tranquilidad que  da saber que hay alguien que siempre está seguro de que volverás.



Y aún así nunca me retaste a quererte. No te puedo echar en cara eso. Fue culpa mía, aunque por tu culpa. Pero a fin de cuentas, ¿qué más da quién la tenga? Aún tengo que darte las gracias. Porque aunque me guste tanto quejarme ha merecido la pena esperarte. Y ya no me pienso ir a ningún sitio a menos que te despistes y tenga que ir a buscarte. Con todo esto he aprendido que el miedo no es un buen compañero de viaje, que incluso de los caminos que no elegimos aprendemos y que merece la pena creer en las cosas que todos llevamos dentro del corazón.








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