Y le dijiste que sí a tu instinto.
Te llamaron los besos fáciles y te montaste en el primer coche que partía rumbo a ellos.
Mi orgullo no me dejó detenerte, y tampoco reconocer que aquello me dolía más de lo que me gustaría.
Mi orgullo no me dejó detenerte, y tampoco reconocer que aquello me dolía más de lo que me gustaría.
Ya ves, a veces se me olvida que ya no estoy en el juego de la adolescencia y que mi orgullo no es mi única arma. A veces se me olvida mi camino y busco excusas para quedarme un poco más en otro.
Tú eras una de ellas, pero te fuiste corriendo, y le dije a tu espalda en silencio:
Tú eras una de ellas, pero te fuiste corriendo, y le dije a tu espalda en silencio:
- Nunca te lo perdonaré.
Pero no me escuchó. No quiso.
"Los necios están siempre sordos" me dijo una voz. Pero mi necedad tampoco quiso escucharla y, después de pasear mi corazón roto por la fiesta, me embarqué en cualquier causa estúpida que le apeteció a mi herida reabierta. La rueda vuelve a girar y me pregunto qué pecado elegiré ahora para seguir la historia: el orgullo o el miedo.
"Los necios están siempre sordos" me dijo una voz. Pero mi necedad tampoco quiso escucharla y, después de pasear mi corazón roto por la fiesta, me embarqué en cualquier causa estúpida que le apeteció a mi herida reabierta. La rueda vuelve a girar y me pregunto qué pecado elegiré ahora para seguir la historia: el orgullo o el miedo.
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