Pero no se fue. Se quedó observándola.
La observó mientras ella no quería mirarle. No quería
mirarle porque intentaba mostrar una indiferencia que en realidad no sentía.
Solo
estaba esperando que se fuera para volver a hurgar en otra herida. En una más
profunda y vieja en la que ya no había que hurgar. Hacerlo había perdido el
sentido, y ella el sentimiento. Pero lo haría con tal de lograr así olvidarse
de la nueva, la que él le dejaría cuando aceptara cumplir su disposición.
“Quiero que te vayas” había dicho. Pero él sabía que no era verdad. No del
todo. Solo a medias. Solo a medias porque, en realidad, lo que la chica quería
decir era que, puesto que estaba segura de que no se iba a quedar para siempre,
se fuera lo antes posible. Quería creer que así la nueva herida no sería tan
profunda como tantas otras.
Prefería, a poder ser, un poco más de tiempo antes de que le
volvieran a romper el corazón.
Prefería dejarlo marchar ahora que tener que verlo mientras
lo hacía dentro de un tiempo.