Era la primera vez que volvía a casa como forma de huir. Siempre había sido al revés.
Quizá era porque en aquella ocasión se había tomado demasiado en serio aquello de sacarlo de su vida y para ello había pasado demasiado tiempo fuera.
A pesar de que había sido su deseo, comprobar que su plan se había
cumplido no dejaba de ser extraño. Era extraño que hubiera aguantado tanto
tiempo lejos, tanto tiempo sin verlo, tanto tiempo sin pensarlo. Era extraño
que lo que más quisiera al llegar no fuera ir a buscarlo. Era extraño que ya no
le importara perder.
Y sin embargo lo más extraño era que aquellos meses le
hubieran hablado de él sin decir su nombre. Con una nueva historia que acababa
antes de empezar, con la misma moraleja que tanto le costaba entender. Era
aquello de que a veces dejas escapar algo, y eso no significa que no lo
quieras.
Hacía meses que le había declarado la guerra a las señales,
y aún así se preguntaba por qué la vida siempre la dejaba volver a casa, a él.
Por qué no le dejaba mirar de nuevo su historia y poder enfadarse porque al
final él salió corriendo. Por qué en cada giro que daba se empeñaba en enseñarle que él no era el
peor, que no era el único que tenía miedo, que a veces dejas escapar algo, y
eso no significa que no lo quieras.
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