Tropezabas con la misma piedra huyendo del tiempo. Intentando hacerle creer que no te habías dado cuenta de que era él quien mandaba. Hasta tú llegabas a creer que al final sacarías un truco de debajo de la manga que te salvaría. Pero eso nunca ocurre. El árbitro pita el final de la partida y el resultado siempre es el mismo: has perdido.
- Me gustó recordar el verdadero motivo.
- ¿Y cuál era?
No tenía que pensarlo, y sin embargo hizo una pequeña pausa para sonreír antes de contestar:
- Me gusta cómo me mira. Con respeto, vergüenza y algo de valentía. Cuando me mira así siento que quizá tiene ese truco que sacar de la manga en una de esas partidas de antemano perdidas.
Volvió a hacer una pausa, y en ella no se pudo disimular la verdad que empañaba su sonrisa:
- Es verdad. Para mí él siempre será ÉL y puede, quizá, que para él yo siempre sea ELLA. Pero da igual, porque nunca saldrá ese secreto de nuestras miradas furtivas o nuestros sueños en vida. Lo que nosotros solo entendemos se quedará en el aire, enredado en esos momentos efímeros en los que, en medio del gentío, decimos con la mirada lo que nunca saldrá de los labios.
- Una vez casi lo conseguisteis.
- Y lo pagamos caro.