domingo, 27 de noviembre de 2011

"Una vez que consigues abrir la puerta, no puedes más que caer sin frenos.."

Había pasado mucho tiempo, y quizá ya no tenía sentido. Es verdad que no fue capaz de mirarle a los ojos mientras lo hacía, pero se lo dijo:

-          Yo si fui a por ti. Pero te habías ido sin despedirte.

Él tragó saliva, y ella continuó:

-          Todos dijeron que no tenías por qué despedirte. Que tú sabías lo que hacías. Que algo te ocuparía en otro lugar y no tenías porqué contármelo. Incluso…incluso yo me dije a mí misma que tú no sabías el daño que me estaba causando aquello. Que en el fondo era mi culpa porque nunca te dije la verdad. Pero no conseguí creerlos, tampoco a mí misma.

El viento llevó algunos mechones de su larga melena a su cara, y con ello a una breve pausa de unos segundos que le dieron fuerza a la joven para levantar la cabeza y mirarle a los ojos:

-          Aunque no te lo dije, e incluso lo negué cuando tú me lo preguntaste, era un hecho que yo si estaba enamorada de ti. Que para mí si había sido importante. Que me ibas a partir el corazón si te ibas, por mucho que entendiera que lo hicieras.

Las últimas palabras parecieron decirle al chico que era su turno para agachar la cabeza. Ella aceptó su respuesta, y acabó su monólogo:

- Siento si luego…no estuve a la altura. De veras lo siento. No era mi intención…Pensaba que si no me alejaba y me veías así te sentirías culpable, y no quería hacerte daño. Por eso nunca te diré nada de esto.

viernes, 25 de noviembre de 2011

"Las cosas que nunca te digo,y sobre todo las que nunca me dirás..."

El chico titubeó, mientras nervioso se pasaba una mano por la nuca, hasta que al final lo soltó:

-          Pero…tú dijiste que tampoco me querías.
-          ¿Y me creíste? – explotó ella con una sonrisa triste.

Ella agachó la cabeza mientras él la miraba intentando entender. Llegó el silencio y se quedó a observarlos hasta que él, después de tantear el terreno, se decidió a romperlo:

-          Esa canción habla de los dos, aunque tú no lo entiendas.

Ella negó con la cabeza, aun con los ojos clavados en el suelo, y le espetó con un halo de tristeza infinita en su voz:

-          Nunca volviste a por mí. Dijiste que lo peor que podía pasar sería que todo se quedara igual, pero no deja de empeorar a cada día que pasa. Nunca te importé de una forma especial, ¿por qué iba a hacerlo ahora?

Entonces él la obligó a mirarle a los ojos y le dijo…

Levantó el bolígrafo del papel con una convulsión, deteniendo así la historia que habían escrito sus sentimientos desbocados. Arrugó el papel y lo revolvió nerviosa entre sus manos mientras tragaba salvia y contenía las lágrimas.

-          Ya basta…- susurró.


jueves, 24 de noviembre de 2011

"Ese proyecto al que te empuja siempre tu corazón..."

El frío glacial que le había dado la bienvenida hacía un año en su llegada a la ciudad irrumpió de repente a finales de noviembre. Los árboles perdían sus hojas y dejaban un río de colores en las calles, dibujando un paisaje que ella recordaba de sus sueños. Y en ese recuerdo de los sueños que olvidaba al despertar el pensamiento que la perseguía desde hacía tiempo volvió a golpearla con fuerza.

La sacudió ese sentimiento que apostaba por ser aquello que siempre fue.
Olvidar ese momento de la adolescencia donde empezó a hacer lo que hacía todo el mundo e hizo de esa falacia su vida.
Perdonarse no haber apostado por lo que ella pensaba, una vez más, si ya hacía un año aquel frío glacial la había empezado a despertar del sueño relativista en el que seguía sumergida.
Perdonarse haberse traicionado a sí misma, una vez más, por alguien que acabó yéndose con su querer egoísta.

Volver a ser…volver a ser lo que siempre había sido. Lo que llevaba en el corazón.
Volver a creer…en la verdad y los sueños  que se perdieron entre el relativismo del día a día de su entorno.
Volver a trabajar en ese proyecto de vida tan ambicioso que nunca se atrevía a abordar, contagiada por la sociedad del momento que no creía en grandes proyectos, en grandes sueños, en grandes amores…
Ese proyecto que nunca se alejaba del deseo de su corazón, por más que caía una y otra vez tan lejos de él.

martes, 22 de noviembre de 2011

Con el dolor en la mejilla aún latente.

No me gusta estar enfadada con nadie. Odio pensar que le he podido hacer daño a alguien. Me mata la conciencia. Me persigue la culpa allá donde voy. Pero me encanta discutir.

Oh, sí. Discutir de política, de religión, de fútbol, de educación, de historia…
Disfruto como una niña cuando hablo de injusticias, y de amor, y de un mundo mejor.

Cuando lo conocí me incitó a una discusión de política, así, ¡sin tener que buscarla! Ello originó que empezáramos a despedazarnos en cualquiera de los temas que amo tocar pero que tan difícil me resulta en esta sociedad con gente de mi edad. No lo vi venir. Cuando fui a darme cuenta estaba en su casa, desayunando cereales a las diez de la mañana y a pesar de que no habíamos dejado de discutir y en nada nos habíamos puesto de acuerdo, me caía bien.Y aunque ni siquiera cuando él me lo preguntó mucho tiempo después me lo reconocí a mí mima: me había enamorado. Hasta las trancas. Como nunca antes.

Él era diferente a todo lo que había conocido hasta entonces. Parecía pensar, y tener algo en la cabeza. Sabía, le interesaban las cosas, se moría por encontrar también a alguien con quien pasárselo tan bien discutiendo. Y, oh, Dios…no intentó comprarme. Eso, que tanto me impresionó, fue quizá el golpe de gracia.

Dije que al principio me caía mal. Pero no era verdad, desde el principio me ganó, porque me tuvo discutiendo, llenándome la boca de palabras en busca de justicia. Después de aquel primer día aseguraba siempre que podía, y cuando no también, que sabía que nunca funcionaría. Que éramos muy diferentes.

Sí, fue culpa mía enamorarme. Él no me buscó. Nunca lo hizo. Podía haberle dejado en paz aquella noche. Podía haber pasado de él y no buscar el juego de la discusión que tanto me apasiona. Podía no haberme ofrecido a acompañarle al metro mientras abrían la puerta de mi colegio. Podía haber rechazado su invitación para desayunar. Podía haberme ido después de desayunar. Podía haber girado la cara cuando supe que iba a besarme. Podía haber echado a correr cuando sentí tanto miedo al temer que a mi me importara de verdad y a él no. No sé en qué momento me ganó. Pero lo hizo. Y pasé a no discutir nunca. Yo solo quería estar con él, y hacer todo lo que pensara que le hacía feliz.

Cuántas veces repetí que me daba miedo que fuéramos tan diferentes que acabara por no funcionar…. Mentía. Yo estaba loca por él, con cada una de sus diferencias.
No tenía por qué no funcionar si nos queríamos. El problema era que para eso nos teníamos que haber querido los dos. Entonces hubiera funcionado, votáramos, creyéramos o pensáramos lo que fuera cada uno. El amor siempre es el mismo. Es el único que nos salva. El único que hace que perdonemos una y otra vez. El único que no nos permite dejar de soñar. El que hace que no abandonemos una lucha si está por en medio.

Ese era mi gran miedo: que o fucionara por causas ajenas a nuestras diferencias. Y ocurrió. Todo lo que temía ocurrió, incluso, si cabe, se acrecentó con aquellas palabras…Pero, como siempre, para mi todo llegó un poco más tarde. Le dije que yo tampoco me había enamorado. En verdad mi lógica tenía algo de sentido: “Yo pensaba que sí, pero si te hubiera querido me hubiera dolido que tú me dijeras que no”.
Yo siempre tan impaciente. El dolor llegó a la mañana siguiente. Esa noche simplemente dejé de sentir, pero sonreía, incluso confieso que me sentí a gusto cuando lo escuché de su boca. Tanto tiempo temiendo el bofetón, y por fin me llegaba el impacto. Ya no tenía que morirme de miedo, porque lo peor ya se había cumplido.

jueves, 10 de noviembre de 2011

El ejemplo...

Qué importante es el ejemplo. No solemos ser conscientes de ello hasta que un día te das cuenta de que tú realmente has sido y eres también un ejemplo, aunque sepas de sobra lo poco ética que ha sido a veces tu vida y tus acciones.

Entonces recuerdas que tú siempre te has estado fijando en todo el mundo al que admiras, al que envidias, al que detestas. Que todos te han hecho plantearte cosas, imitar acciones, querer ser…
Y te has equivocado, precisamente tú, que tan buena voluntad tenías hace tanto…cayendo en el error de creer que lo que la mayoría de la gente hace es lo que está bien. Y no lo es en la mayoría de los casos, y por tanto no te hace ser una gran persona.

Lo peor de todo es que los que van detrás de ti, los que están a tu alrededor e incluso los que ni siquiera sospechas han estado atentos, aunque tú no quisieras ni te dieras cuenta, a cuanto decías y hacías. Es entonces cuando te replanteas si quieres ser así, si quieres que te vean así y si quieres que sean así ellos a quien tanto quieres. La respuesta, tristemente, es que no. Ser coherente con tus ideas es muy difícil. Sin embargo, cuando sientes la mirada de los que más quieres en ti se convierte en necesario para conseguir ser luz en sus vidas.