miércoles, 28 de diciembre de 2011

siempre será ÉL

Tropezabas con la misma piedra huyendo del tiempo. Intentando hacerle creer que no te habías dado cuenta de que era él quien mandaba. Hasta tú llegabas a creer que al final sacarías un truco de debajo de la manga que te salvaría. Pero eso nunca ocurre. El árbitro pita el final de la partida y el resultado siempre es el mismo: has perdido.

-          Me gustó recordar el verdadero motivo.

-          ¿Y cuál era?

No tenía que pensarlo, y sin embargo hizo una pequeña pausa para sonreír antes de contestar:

-          Me gusta cómo me mira. Con respeto, vergüenza y algo de valentía. Cuando me mira así siento que quizá tiene ese truco que sacar de la manga en una de esas partidas de antemano perdidas.

Volvió a hacer una pausa, y en ella no se pudo disimular la verdad que empañaba su sonrisa:

-          Es verdad. Para mí él siempre será ÉL y puede, quizá, que para él yo siempre sea ELLA. Pero da igual, porque nunca saldrá ese secreto de nuestras miradas furtivas o nuestros sueños en vida. Lo que nosotros solo entendemos se quedará en el aire, enredado en esos momentos efímeros en los que, en medio del gentío, decimos con la mirada lo que nunca saldrá de los labios.

-          Una vez casi lo conseguisteis.

-          Y lo pagamos caro.

lunes, 19 de diciembre de 2011

abril

Y le dijiste que sí a tu instinto.
Te llamaron los besos fáciles y te montaste en el primer coche que partía rumbo a ellos.
Mi orgullo no me dejó detenerte, y tampoco reconocer que aquello me dolía más de lo que me gustaría.

Ya ves, a veces se me olvida que ya no estoy en el juego de la adolescencia y que mi orgullo no es mi única arma. A veces se me olvida mi camino y busco excusas para quedarme un poco más en otro.
Tú eras una de ellas, pero te fuiste corriendo, y le dije a tu espalda en silencio:
- Nunca te lo perdonaré.
Pero no me escuchó. No quiso.
"Los necios están siempre sordos" me dijo una voz. Pero mi necedad tampoco quiso escucharla y, después de pasear mi corazón roto por la fiesta, me embarqué en cualquier causa estúpida que le apeteció a mi herida reabierta. La rueda vuelve a girar y me pregunto qué pecado elegiré ahora para seguir la historia: el orgullo o el miedo.

martes, 13 de diciembre de 2011

Balance

Era mi última oportunidad. Y de verdad lo intenté. De verdad quería que funcionara. Así que lo di todo…todo lo que era. Y perdí.

Fue el golpe final. Nunca pude levantarme de aquello.

Con un cigarro entre los labios veía desde aquel tejado cómo mi cuerpo yacía muerto, como todo se había acabado.

Me gustaba escuchar una y otra vez esa canción que hablaba de no estar buscando a nadie, de buscarse a sí mismo. Hablaba de dormir por las tardes y reinventar tu voz por las noches. Hablaba de mí y de un salto mortal. No entendí el por qué entonces. Pero como ya no tenía nada que perder lo di. La estatua se despeñó contra las rocas y millones de fragmentos de sal se perdieron entre ellas. Y volví a aquel lugar donde tantas veces había soñado.

Es verdad, nunca pude levantarme de aquello, pero ahora estoy más viva que antes.

domingo, 4 de diciembre de 2011

César

Atardecía, y el escenario se desdibujó para reinventarse con nuevos colores ocres y anaranjados. El ambiente se tiñó de hojas otoñales esparramadas por el suelo. El sentimiento lo puso ella.

Atardecía. Se acababa, por fin, aquel día tan largo. Ya no recordaba cuando había empezado. Había olvidado cómo se había perdido y quién la había despertado. No sabía si seguía muy lejos de lo que añoraba pero se encontraba demasiado cerca de lo que buscaba para seguir entristecida.

Su mente cuadriculada desconocía qué le había hecho reencontrarse allí, en ese lugar donde nunca y tantas veces estuvo. Pero ello no consiguió evitar que su corazón se reconociera en el camino.  No impidió que se sintiera afortunada.

Sonreía. No podría explicar por qué con los argumentos y las razones que la habían llevado a perderse, pero se sentía por primera vez merecedora de una nueva oportunidad para mirar aquel lugar como si fuera la primera vez. Quizá lo era, quizá nunca lo había sido. Buscó entre la gente unos ojos que también la buscaban. Y los encontró.

Aun le sobrecogía el corazón que alguien la pudiera ver sin la careta que se había puesto cuando se rindió a ser como todos. Estaba segura de que si algún día se la volvía a poner, él no podría verla. El semáforo se puso en verde para lo peatones. Los coches pararon y ellos cruzaron, cada uno desde un extremo de la calle. Se sonrieron. Él contento, ella agradecida, y cuando estuvieron a la misma altura no se detuvieron y cada uno siguió su camino sin vacilar.