miércoles, 15 de mayo de 2013

Engaño

Las peores mentiras son las que nos contamos a nosotros mismos. Los peores engaños son los que nos consentimos.
Irresponsables. Nos empeñamos en caer, en rompernos el alma por un segundo de pura apariencia y mentira. Por un tiempo limitado en que la vida nos cuente la farsa que estábamos persiguiendo. Por fingir que nos llena, que de verdad queremos eso.
Insensatos. Nos obligamos a no pensar, a dejarnos llevar. A mirar a malas penas para no ver la verdad.
La verdad estaba ahí desde el principio.Estaba ahí, pero alguien le pidió que se callara.
Que te engañaras ahora, te dijo, que ya lo arreglarías mañana. Que no pensaras. Te convenció para que te envolvieras otra vez en una felicidad vacía, en una historia acabada, en unos labios que no te merecen, que nunca te han merecido.
Salías ya por la puerta. Habías quedado con ella. Sabías que como otras veces iríais al bar que estaba debajo de su casa. Que te diría que estaba arrepentida, que te había echado de menos. Que no volvería a pasar. Que esta vez sería diferente.
Salías ya por la puerta. Pero una voz te pidió que no te engañaras esta vez. Que no tuvieras miedo a la verdad. Te dijo que no fueras, que volvieras. Que volvieras a recordar que no lo necesitas. No necesitas engañarte. Te recordó que hay otro camino, otros besos. Hay algo más. Algo mucho mejor. Algo que merece la pena. Algo que nunca habías planeado, que siempre habías querido. Algo de verdad.

viernes, 10 de mayo de 2013

Miedo



Las desgracias no se celebran ni se conmemoran. Cuando vi que se acercaba la fecha no quise dejar que se cumpliera otro año. Llegó mayo y con él mi deseo de acabar nuestra historia y comenzar una nueva. Así que empezaré con la primera parte de mi propósito.

No sabía cuánto tiempo estuvo allí. Vacilando entre el vacío que se dibujaba a sus pies y la tormenta que caería sobre él si no resbalaba por el precipicio. Sus dedos, agarrados a aquellas rocas puntiagudas, estaban empezando a sangrar. Podía escuchar el miedo en su aliento y la ansiedad en los latidos de su corazón.

Ya no tenía fuerzas para seguir intentando subir de nuevo, para no caer por el acantilado, para salvarse. Empezó a pensar que dejar de luchar era lo más fácil, lo mejor, lo seguro. Si no lo intentas no puedes perder.
Estaba a punto de rendirse cuando oyó su voz. Sin poder evitarlo sonrió, sus ojos se llenaron de lágrimas, y su garganta se secó.

La vio tender su mano, una vez más.

Nunca nadie creyó tanto en él. Nunca nadie quiso salvarlo tanto como ella. Pero, una vez más, tuvo miedo. Sintió de nuevo ese terror irracional que sentía cuando la tenía cerca. Ese pánico que le hizo creer que si le daba la mano algo malo le ocurría, que su piel se abrasaría y él se quemaría por dentro. Ese pavor que lo convenció de que era mejor el frío de la nada y el silencio del invierno. No quiso salvarse, se dejó llevar por el miedo y se precipitó al vacío.

Se precipitó al vacío con los ojos cerrados. Con los ojos cerrados por no ver en los de ella cómo le rompía otra vez el corazón. Con los ojos cerrados para no pensar en todo lo que dejaba allá arriba. Para no pensar en su delicada cintura, sus ojos tristes, sus vestidos de flores, el portal de su casa, los viajes que siempre le prometió, los besos que tenía guardados. Se negó a pensar en todo lo que la quería, en todo lo que la había esperado.

Se negó a pensarlo porque se moría de miedo. Igual que aquel día que ni siquiera pudo llamarla para ponerle una excusa. Igual que aquel día, su miedo no lo dejó coger su mano. Sabía que entonces no sería capaz de dejarla ir. Y no dejarla ir suponía una valentía y una madurez de la que él siempre había carecido.

martes, 7 de mayo de 2013

Nieve



Salió al balcón cuando empezó a nevar. Y empezó a nevar cuando todo se acabó.


Él había vuelto y ella lo había recibido rindiéndose. Ya no tenía fuerzas ni ganas. Ya no podía.

Se rindió, y a nadie le sorprendió más que a ella.


Ya no había más vueltas. Los engranajes de la noria estaban ya oxidados, y el chirrido que producían sus piezas era lo único que rompía el silencio.


Estaba cansada. Pero no era un cansancio que se puede quitar con horas de sueño. Era ese cansancio al que se le debería tener miedo si te quedaran fuerzas para tener miedo.


Mas lo había perdido todo, hasta el miedo. Porque uno tiene miedo cuando teme perder algo. Pero, ¿y si ya no había nada que perder? ¿Y si ya no había nada?


¿Y si todo da igual? ¿Y si ya no crees en la razón por la que alguna cosa debe tener sentido?


Decía la canción que cuando todo estuviera patas arriba me acompañaras a casa, que me salvaras. Pero ya no quiero que me acompañes, ya no quiero salvarme. Prefiero andar sola bajo la nieve. Así que llego a casa y salgo al balcón, a ver la nieve caer. Pero no es nieve, es coraje. Un coraje que ni siquiera puedo sentir porque, como la nieve, está fuera de mí. Dentro de mí ya no hay nada.