jueves, 28 de noviembre de 2013

Cenizas

Es sencillo:

- Hay cosas que pueden ser.
- Hay cosas que no pueden ser.
- Hay cosas que podrían ser pero nos empeñamos en que no pueden ser.

A nosotros se nos ve venir de lejos. A cientos de kilómetros de distancia. Tal vez por eso siempre hemos tenido claro cómo somos. Yo más exagerada que el columpio de Heidi. Tú un trozo de pan escondido detrás de una chaqueta de cuero  y unas gafas de aviador. Y a cada cual más cabezota, por supuesto. 

Siempre lo he tenido claro. Es por eso que aún no sé por qué llegué a dudarlo, ¿cómo no íbamos a elegir la tercera opción? Con lo bien que se nos da convencemos de la imposibilidad de nuestros sueños mientras deseamos con todas nuestras fuerzas que se cumplan. 

Como siempre. Cómo no.

No quisimos ver otra solución que dejar que el tiempo y el silencio quemara la posibilidad de estar juntos. Y ahora nuestros sentimientos no son más que cenizas amontonadas en un frío cenicero, que tienen prohibido y asumido que no deben resurgir. Cenizas que si les permitiéramos soñar, soñarían despiertas con aquel beso, aquellas palabras y aquel billete de tren que acabaron consumiéndose con ellas.


Aún no me ha quedado claro qué esperamos sacar de todo esto. 
Aún no me ha quedado claro qué espero que pase. 
Aún no me ha quedado claro qué esperas que haga. 

Y mientras no nos queda claro el mundo nos apremia para que avancemos. Porque la vida es corta, es lo que hay, y si quieres gastarla quemando grandes amores allá tú, pero el mundo sigue girando y como no te muevas te aplasta.

Yo intento no volverme loca con tantas vueltas que da la vida. Pero a menudo me doy cuenta de que no basta con eso, que a veces me cuesta respirar. Puede que tenga que ver con que dentro de mí haya cenizas de un fuego que no quiere apagarse. Cenizas que son testigos silenciosos de lo cobardes que fuimos. 

Y hoy he decidido pedirle perdón a todas mis cenizas, porque no puedo quedarme enterrada bajo ellas. Me toca hacer de Ave Fénix y resurgir, y salir, a matar o morir.

Que todo pasa por algo, y que yo he dejado de fumar.


jueves, 21 de noviembre de 2013

Para ti, María.

Que me voy. Como tú. Pero más lejos. Mucho más lejos. Por fastidiar. Me voy y no vuelvo.
No como tú. Que ni te vas para siempre ni vuelves para quedarte. Que estás más perdido que un girasol en un eclipse.

Y no me pidas que vaya a buscarte si no te encuentras ni tú. Que sabes que si me buscas te encuentro, y si no me encuentras me pierdo. Que conozco tus puntos débiles. Y que has parado la partida porque tienes miedo a perder. Y lo sabes. Tienes miedo. ¿Y quién diablos no tiene miedo?

¿Cómo te atreves a jugar mi carta recurrida de echar por patas? ¿Cómo te atreves a irte cuando yo estaba llegando? ¿Quién eres tú para contraatacar con miedo a la reina del miedo, cuando estaba a punto de abdicar por ti?

Y ahora este silencio es más aburrido que jugar al GTA sin armas. Aburrido, como esperar que vuelvas.

Al menos apaga la luz, pero bien apagada. Que sabes que detesto la oscuridad, pero más aún esperar. Aunque entiendo que no lo parezca. Porque para no gustarme me paso la vida esperando.
Y no quiero tus excusas confusas, prefiero las verdades como puños. Es mejor ese dolor que la agonía de la incertidumbre. Y si quieres que me pierda deja que lo haga buscándote.

Que ya lo sé, que ahora los billetes están muy caros, ¡qué me vas a contar! Y aún así tú y yo venderíamos nuestra alma por un billete de vuelta, y aunque no nos guste esperar, esperamos. Esperamos que la vida nos de permiso para volver. Y mientras tanto vamos dando vueltas y vueltas, como una maldita peonza. O no, quizá es que la vida ha dado tantas vueltas en los últimos meses que ahora que ha parado soy yo la que está mareada y, en realidad, todo está aburridamente quieto, patas arriba pero quieto.

Porque somos así. Soñamos con volver pero nuestra frase favorita es “no quiero volver a verte”.
Y lo sé. Si no te llegas a ir tú lo hubiera hecho yo. Porque somos así. O no, quizá esta vez no. Quizá me hubiera quedado. Precisamente porque somos así. Porque contigo podía irme y volver cada vez que se me fuera la pinza. Porque aunque nuestra frase estrella sea “no quiero volver a verte”, siempre volvemos.

Así que vuelve y nos volvemos a ir, pero juntos. Nos la jugamos a un todo o nada.
Así que vuelve. Pero no tardes, porque sabes que yo no tardaré en volverme a ir.

Que si tú le echas un par de narices yo le echo un par de cojones a tu par de narices.
Que si me tocas las narices me voy, ¡con un par!, y no vuelvo para atrás ni para coger impulso.

Vuelve, aunque no quiera volver a verte. Que lo malo está en el aire y tu recuerdo se cuela por las rendijas del cajón donde escondí mi remordimiento.