jueves, 29 de noviembre de 2012

El ruido y las luces

Solemos resistirnos a la verdad. Miramos hacia otro lado, como si no nos hubiésemos dado cuenta de que está ahí, dejándose la voz gritando nuestro nombre. Y en verdad es cierto aquello de que “la verdad nos hará libres”.
Qué curioso. Nos empeñamos en hacer las cosas difíciles, siempre.
No tengo nada que perder. Nunca lo tuve. Y aunque me daba miedo aceptarlo ahora soy libre. Libre para correr. Para pararme. Para reír. Libre para no sentirme lejos, para no sentirme culpable. Libre de olvidarte. Libre para seguir, para saltar el muro y escapar. 
Libre para creer que hay historias mejor que la nuestra, con finales que merecen la pena y amores que no se rinden antes de haberlo intenado.
Libre para ser más fuerte que mis miedos. Y volver, volver a por ti. Confesarte todo lo que me está matando. Libre para volverme a ir. Libre para dejarte atrás.
Después de tanto tiempo acabo de encontrar la puerta, pero tengo la cabeza apoyada en ella y estoy apunto de cerrarla. Después de tanto tiempo pienso que quizá todos tenían razón, quizá no merezca la pena.
No tengo nada que perder, ya lo perdí cuando estaba apunto de tenerlo.
Y si me sigo empeñando en pensar que aún lo tengo, o lo que es peor aún, que algún día lo tuve, me estoy engañando. Y si me sigo engañando sigo anclada en el mismo punto. Y si sigo en el mismo punto estoy retrasando la cita que sin saber tengo con lo que me está esperando.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Berlín

 No quiero olvidarte del todo, y por eso aún no te has ido.
De nada me sirvió marcharme tan rápido si en vez de cerrar la puerta de un portazo la dejé abierta de par en par. De nada me sirvió intentar convencerme de lo contrario si lo que más quería era volver. De nada me sirvió marcharme si, de todas formas, tú te montas en los autobuses que me llevan a casa. Te cuelas en los trenes que me devuelven a la realidad y te dejas ver en los aviones que me llevan a otros países.
Haces todas esas cosas para luego no encontrarte cuando yo te busco, para obligarme a inventarte. Y haces todas esas cosas porque yo te lo permito. ¿Y cómo no hacerlo? La razón no es la costumbre, ni siquiera ese punto autodestructivo de mi forma de ser. La razón ya te la he dicho al principio: no quiero olvidarte.
Y esto no es nuevo. Siempre hemos estado así. Tú revoloteando a mi alrededor, compinchado con mi imaginación, por muy lejos que yo haya decidido irme. Yo, mientras tanto, escondida en contra de mi voluntad, esperando el momento perfecto para irrumpir en tu vida de nuevo, para trastocar tus planes, atrapar tu alma y cambiar la historia.
Porque no me atrae la idea de jugar a ser mayor si eso supone aferrarme a mi orgullo y seguir creando una montaña de mentiras que me aplaste y me haga esclava de mí misma. Porque nunca es tarde para pedir perdón. Porque yo nunca te confesé que yo también estaba loca por ti. Aun no te he dicho cómo me dolió cuando te fuiste. No te conté las verdaderas razones que me hicieron enfadarme tanto aquella última noche.
Por que tú también creerás que si no hice nada fue porque no me importabas lo suficiente. Creerás que ya no quiero verte, y no deseo más que hacerlo. Pensarás que eres el único que me busca, y yo estoy perdida de tanto hacerlo. Tú también tienes razones para pensar que te he olvidado, y la verdad es que ni siquiera lo he intentado.
Ahora intento enmendar el daño que nos ha hecho mi orgullo y tu miedo escribiéndote estas letras desde Berlín. Ya. Lo sé, lo sé... siempre estoy muy lejos. Pero por estar lejos he vuelto. Te quiero. No lo olvides, aunque no lo sepas. Pero lo sabrás. Acabaré confesándotelo. Aunque nunca te envíe esta carta ni mis dedos se atrevan jamás a marcar tu número, el Cielo está de nuestra parte, nunca ha dejado de estarlo.
No quiero olvidarte del todo, y por eso aún no te has ido.



martes, 13 de noviembre de 2012

Gris.

-          ¿Qué me dices del miedo? ¿Lo conoces? Y  no me refiero al miedo del que está infectado el mundo. Hablo de uno diferente. De un miedo especial. Hablo del miedo valiente, no del cobarde. Me refiero al tipo de miedo que hace que aunque quieras mucho algo seas capaz de dejarlo ir. De ese miedo te hablo. ¿Lo conoces?
-          He oído hablar de él…
-          Yo creo que…lo conozco-. Se tragó el dolor y prosiguió:-  Sí, claro que  lo conozco. Y es por eso que vengo a ti. Necesito desesperadamente una cura, o quizá sea mi egoismo quien la necesita. Porque sin duda es una esperanza egoista la que me pide que ese miedo se rinda al corazón, que se tire al abismo para que yo pueda morir en él.

jueves, 8 de noviembre de 2012

“Dios permite el mal porque de él saca grandes bienes”.

Siempre estoy igual: a puñetazo limpio con el tiempo. Y, ¿a quién quiero engañar? A mí misma ya no. No hay mentira que merezca más el adjetivo de cobarde que la que nos contamos a nosotros mismos.
Es verdad. Yo vendería mi alma por poder volver atrás. Haría lo que fuera por poder arreglarlo, por volver a ese momento en el que se torcieron las cosas. Pero las reglas son las reglas. El tiempo no perdona a nadie. La historia no la escribo yo.
Y aunque lo entiendo no puedo pasar página porque creo que aún no está todo perdido. Tú también lo sabes. Los dos nos esforzamos por olvidar cerrar la puerta.
Y aunque el orgullo se dejó comprar por el dolor y nos impidió volver a buscar la puerta con los ojos abiertos, aunque nos seguimos empeñando en hacerlo difícil, sé que aun a tiendas la encontraremos algún día.
Nunca llueve eternamente. Quizá necesitamos perdernos para volver a encontrarnos. Quién sabe, yo no. Pero sin duda Él sí, y Él nunca se equivoca. Así que lo dejo en sus manos y confío plenamente en que el escritor de esta historia nos devolverá la vista cuando aprendamos la lección. Que abriremos la puerta y nos encontraremos, que podremos seguir adelante, juntos o no. Que su plan es mejor que el nuestro.

martes, 6 de noviembre de 2012

Noviembre.


Por más que miraba una y otra vez por la ventana, más allá de la urbanización solo se veían las nubes negras de aquel día lluvioso. Nada más. No había indicios de que fuera a cambiar, y ella ya estaba harta de rogar que acabara el mal tiempo antes que sus vacaciones, así que buscó su viejo paraguas y le obligó a salir con ella.
Dejó atrás la vieja urbanización y se dirigió a la humedad que se respiraba en la Calle Mayor de su pueblo. Se entretuvo en los escaparates del centro, saltó algunos charcos y se encontró con recuerdos olvidados hasta que, como si de una casualidad se tratara, llegó por fin a la cita que sin saber tenía con la vida.
Dejó de llover, y cuando bajó el paraguas y levantó la cabeza se dio cuenta de que estaba de nuevo en aquel lugar. Aquel lugar que no parecía el mismo, que veía diferente. Era algo que quizá nadie hubiera podido percibir, pero ella, que se había sentido tan querida allí, no hubiera podido pasar por alto. Era el tiempo. Eso es lo que había cambiado. El tiempo, y ella con él. Aquel lugar ya no era tan suyo, y ella ya no era tan suya. Ahora se juntaba más con la realidad, los atascos de Madrid, el café por las mañanas, las duchas rápidas, el murmullo de la gente y los jueves en el parque de las tres fuentes.
Sonrió. Ya había encontrado su lugar y sin embargo se sentía como si volviera a casa. Como si algo que nunca terminó volviera a empezar.
Y así fue. Lo que se había atrasado durante tanto tiempo les hizo una encerrona. Antes de que pudiera reaccionar allí estaba él, sentado en la barra, tomando una cerveza con un amigo, o a punto de escupirla.
A la muchacha no se lo ocurrió nada mejor que decir, así que empezó con un “hola”. Él se levantó de un respingo y fue hacia ella, dejando a su amigo con más sorpresa que alcohol en el cuerpo. Le plantó dos besos e improvisó una conversación informal hasta que farfulló algo sobre salir a la calle para hablar mejor.
Pero para ella ya no tenía sentido. Le tomó las manos, y él se quedó helado.
-          Da igual. En su momento me dolió mucho, no podía entenderlo. Me torturé al extremo. Pero ya ha pasado el tiempo. No te guardo rencor. Espero que todo te vaya muy bien, y que encuentres a alguien que te haga querer estar siempre... Alguien que te haga jugártelo todo, y que te salga bien, y sino, que estés orgulloso de ello. Que reunas fuerzas pronto para volver a intentarlo cuando creas que merece la pena.
Él se quedó tan desconcertado como dolido. Fue un golpe bajo, pero ya había sufrido suficiente en aquellos meses, ya había entendido lo que no sabía antes. Había llegado el momento en el que el miedo a perderla para siempre era tan inminente que superó el miedo a sufrir. Así que contraatacó con un beso, uno que llegaba más tarde aun que sus disculpas.
La besó como la primera vez, sin que ella se lo esperara, sin que pudiera hacer nada. Sin que el miedo o el mañana pudieran impedirlo.
Así fue, antes de que los malos entendidos y el miedo pudieran seguir despellejándolos de dolor y alejarlos del todo, los dos jóvenes estaban comiéndose a besos, diciéndose lo mucho que se habían echado de menos, repitiendo lo tontos que habían sido, reprochándose lo mucho que le habían dejado pasar al orgullo y lo poco que habían permitido al valor.