martes, 12 de febrero de 2013

Lourdes

Te equivocas si piensas que huyó. Hizo algo valiente, se venció a sí misma y le dijo adiós. Y así demostró que se apreciaba más de lo que pensaba.
Le costó, y aunque no lo creas, no fue por él. No fue por ellos. Le costó porque suponía romper con ella misma, con la costumbre, con lo que había sido. Suponía no sólo dar un paso adelante. Sino dejar atrás lo que había sido, lo que siempre había querido. Y lo dejó atrás porque, aunque parezca irónico, lo que siempre había querido la hacía profundamente infeliz.

lunes, 4 de febrero de 2013

La vida.

La vida nunca está dormida. Nunca descansa.
El reloj nunca deja de marcar el tiempo, y la vida tus latidos, tus caminos.
Dios no te deja nunca de la mano. Dios siempre tiene un plan mejor.
Y cuando todo está en calma. Cuando parece que estás sola. Que algo en el plan que estaba pensado para ti falló. Que ya nada te puede sorprender. Entonces es cuando pasa.
Los hilos se mueven silenciosos. Y cuando todo está tejido sin saberlo tú entras en escena. Resulta que todo lo que parecía malo solo era el camino y las enseñanzas que debías recorrer y aprender para llegar hasta tu cita. Tu cita con la vida, que nunca está dormida.
Despertó. Y allí estaba él, a su lado. Como lo había estado siempre. Incluso cuando ella no le dejaba. Cuando ella se moría por estar en otros brazos.
Se quedó observándolo. Y volvió a pensar que nunca lo habría pensado. Dicen que a veces la vida te sorprende. A ella la envolvía la sorpresa cada vez que le miraba y se ponía a pensar. A pensar que nunca hubiera puesto la mano en el fuego por que fuera él. Porque él estaría al final del cuento. Porque conseguiría hacerla feliz y ser lo que siempre había estado esperando.
Es cierto. Ahora no imaginaba la vida sin él. Pero, ¿cuánto tiempo estuvo en su vida y ella no hacía más que rehuirle? ¿Cuánta soberbia no gastó con él? ¿Cuántas oportunidades no quiso darle?
Y cuando la vida les hizo una encerrona tuvo que hacerlo. Su orgullo a regañadientes le dio por fin una oportunidad, y él la aprovechó.
Esa noche llegó a su casa y no quiso reconocerlo. Pero se fumó un paquete entero de Marlboro sentada en el alfeizar, y no se durmió hasta que sus párpados cedieron. Fue el último día que su orgullo pudo negar lo evidente. Él había venido para quedarse, y aquello la aterraba. Creer que alguien había venido para quedarse y que luego no lo hiciera la aterraba.  Ya no podría negarle una oportunidad aunque quisiera. Su orgullo se quedó aquella noche entre las cenizas que había dejado junto a los esqueletos de sus cigarros. No intentó hacerla huir de aquello. Porque era innegable que creía que lo que estaba por pasarle, por mucho que la asustara, merecía la pena hacerlo.