martes, 11 de diciembre de 2012

Amnesia

Finales de Octubre. El frío se empezaba a asomar. Pero era solo un atisbo de lo que vendría. La lluvia, de vez en cuando, se pasaba por la capital. Aquella mañana, de hecho, avisaba de una próxima visita, por eso ella llevaba paraguas.
Por suerte a esas horas tan tempranas el agua aun estaba dormida entre las nubes negras que tapaban el cielo. Así que la muchacha podía correr con sus botas de agua sin tener que controlar también su paraguas y esquivar el de los demás. Eso fue sin duda el factor decisivo que le ayudó a colarse dentro del circular antes de que este cerrara sus puertas.
Después de dos paradas de pie que le ayudaron a recuperar el aliento el tránsito de gente le hizo un hueco en uno de los asientos de la parte de detrás del vehículo. Se sentó al lado de la ventana y apoyada sobre ella intentó controlar su sonrisa. Qué bonita era la capital. Cómo le gustaban sus calles, sus gentes, su juego…
Cuántas cosas prometía, qué lejos dejaba todo lo demás. Ya casi ni le dolía, ya casi ni recordaba su cara…
Se despertó, sobresaltada. Estaba todo oscuro, como los recovecos de su memoria dañada. Había un olor extraño que se mezclaba con la ausencia de luz. Olía a desasosiego, a confusión, a lejos. Era un olor que desataba su miedo, y su miedo agitaba su respiración. Respiraba tanto y tan costosamente que le daba la sensación de estar ahogándose.
Palpó a su alrededor. Estaba sobre el frío suelo, en una manta raída, rodeada de pobreza. Ya lo recordaba todo: el accidente, el poblado, el doctor Pérez… ¿Dónde estaba? ¿Y su ciudad? ¿Por qué el sueño parecía más real que todo aquello?
-          ¿Está bien señorita? – Una niña con una vela y acento sudamericano vino a salvarla. A recordarle que no recordaba nada. No recordaba quién era, no recordaba de dónde era…
-          Daniela…yo…he soñado…he visto…una ciudad…
-          Está muy alterada señorita. Ha sido solo una pesadilla.
-          No, no…no era un sueño, era un recuerdo- balbuceó.
La niña se acostó a su lado, la tomó de la mano y apagó la vela.
Cerró los ojos y encerró dentro sus lágrimas. Era real. Era real…esa ciudad que alguna vez la salvó estaba intentando hacerlo de nuevo.
Intentó volver a su sueño, continuar en ese autobús tan nuevo y recordar quién era. De dónde venía. A quién no quería recordar aquel día en aquella ciudad, y conseguir así saber algo de su vida, de la de verdad. ¿Cómo era que se llamaba la ciudad? Lo sabía en el sueño, y ahora le costaba mucho recordarlo.