martes, 7 de mayo de 2013

Nieve



Salió al balcón cuando empezó a nevar. Y empezó a nevar cuando todo se acabó.


Él había vuelto y ella lo había recibido rindiéndose. Ya no tenía fuerzas ni ganas. Ya no podía.

Se rindió, y a nadie le sorprendió más que a ella.


Ya no había más vueltas. Los engranajes de la noria estaban ya oxidados, y el chirrido que producían sus piezas era lo único que rompía el silencio.


Estaba cansada. Pero no era un cansancio que se puede quitar con horas de sueño. Era ese cansancio al que se le debería tener miedo si te quedaran fuerzas para tener miedo.


Mas lo había perdido todo, hasta el miedo. Porque uno tiene miedo cuando teme perder algo. Pero, ¿y si ya no había nada que perder? ¿Y si ya no había nada?


¿Y si todo da igual? ¿Y si ya no crees en la razón por la que alguna cosa debe tener sentido?


Decía la canción que cuando todo estuviera patas arriba me acompañaras a casa, que me salvaras. Pero ya no quiero que me acompañes, ya no quiero salvarme. Prefiero andar sola bajo la nieve. Así que llego a casa y salgo al balcón, a ver la nieve caer. Pero no es nieve, es coraje. Un coraje que ni siquiera puedo sentir porque, como la nieve, está fuera de mí. Dentro de mí ya no hay nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario