lunes, 28 de enero de 2013

Game over

El juego había cambiado tanto que había dejado de serlo. Las casualidades se perdieron y los intentos se rindieron. Fue el tiempo quien se cansó de esperar y volvió a girar la rueda. Así que allí estaban los dos después de tanto tiempo. Sentados en la barra del bar que les vio empezar, sin saber cómo o qué acabar. Él se sintió perdido cuando creyó que a ella no le importaba ya perder. Y ya que nunca había sabido jugar limpio jugó la carta de la ironía cuando ella bajó la guardia.
-          …pero claro, eso era antes, cuando querías volver.
Ella no supo qué decir y miró su cerveza como si ésta le fuera a decir algo.
-          Entonces he dado en el clavo, ¿no? Te quedarás allí. No vas a volver.- le espetó.
Con aquello había traspasado otra línea. Pero,¿qué importaba ya si mostrar su enfado y sus sentimientos le quitaba puntos? Si ella ya no volvía, ¿qué importaba el juego? ¿Qué importaba ganar?
-          Tú nunca me pediste que volviera. Quizá porque sabías que lo haría- le soltó la chica.
Ella traspasó otra línea. Y con cada regla rota su juego se desdibujaba y perdía su forma natural. Estaba mostrando más sentimientos de los que el miedo de él soportaba normalmente. Pero esta vez el chico no huyó. Se quedó sentado. Si ella ya no iba a volver quería quedarse. Aunque fuera para verla por última vez, aunque fuera para verla marcharse. Aunque tuviera que soportar escuchar la verdad de la que había huido durante meses.
-          Porque lo hubiera hecho, ¿sabes? Lo hubiera dejado todo y hubiera vuelto para quedarme si tú me lo hubieras pedido. Pero no lo hiciste. No hiciste nada…y no, ahora no quiero volver. Ahora que he encontrado mi lugar, ahora que empiezo a estar mejor…
Él siguió callado. Y ella se enfadó porque no le sorprendiera.
-          Me rindo. Estoy harta de este estúpido juego. Porque no es un juego- dijo como para sí misma.- Nunca lo ha sido. Si solo fuera un maldito juego no me habría hecho tanto daño todo esto. Ni a ti… Pero aún así no lo podemos arreglar, porque no podemos hacer las cosas fáciles. Porque nosotros sólo sabemos jugar.

Acabó su discurso y se levantó haciendo ruido estridente con el taburete al arrastrarlo. Dejó un par de euros en la barra y le apretó con la mano el hombro. Era una escueta despedida, pero quizá más de la que él merecía. Comenzó a andar y se marchó para no volver.

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